Friday, July 28, 2006

Karl Poper ante el existencialismo de la razón




Desde hace algunos meses me encontraba caminando con mi soledad por las calles de Guayaquil, y me di cuenta que en realidad no conocía a nadie (o no me conocían a mi), más de lo que podrían hablar los libros que siempre cargo conmigo. Ellos son mis viejas amistades, mis eternos cómplices y mis continuas incitaciones. Como no tenía con quien más conversar, he pasado largas horas con ellos hablando sobre grandes temas humanos. Me han enseñado a redactar mi existencia en todas sus etapas.

Ya son seis siglos de experiencia “racionalista”, que nos obligan a meditar sobre las consecuencias y limitaciones del uso del intelecto. Nos han llevado a las eternas plagas humanas que son las crisis. Nos ha llevado tambien al avance de los conocimientos, al desarrollo de la sociedad, y en la búsqueda del perfeccionamiento de los humanos.

Hoy quiero comentar sobre el pensamiento del maestro Popper, los que se ven reflejados en sus escritos "El Yo y el cerebro" (1977) y "Emancipación a través del conocimiento" (1961). El propone defender la razón como instrumento de la liberación de los humanos. ¿Oué le lleva a pensar que la humanidad va por buen camino?

No quiero sonar existencialista con tinte extremista. Para mi la razón es un tanto liberadora y un tanto condenatoria. Pero aquí debo marcar una diferencia que suele confundirse entre tener inteligencia personal y tener facultad de razonar. ¿Qué es ser inteligente? Existen varios tipos de inteligencia, pero en específico me refiero a la del individuo que utiliza características como la rapidez, agilidad y visión, las que constituyen una necesidad para sobrevivir en este mundo. La facultad de razonar en cambio, es una interiorización de nuestros pensamientos que resulta del diálogo critico. Normalmente nace de la conversación que tenemos con otras personas. Popper en uno de sus escritos alude de soberbia la creencia de que un individuo pueda pensar que él razona y los demás no. Para "razonar" se necesita de los demás. La gente inteligente puede ser muy poco razonable; pueden aferrarse a sus prejuicios y no esperar que nada valga la pena de los demás.

Encuentro la paz al tener conciencia de mis limitaciones, en descubrir que después de todo mi razón a veces me confunde con malas jugadas, como en ocasiones resulta mi único instrumento de supervivencia.

La memoria de los errores



Ya lo anunciaban algunos intelectuales como Ortega y Gasset y lo demostraba científicamente Köler sobre la diferencia entre el chimpancé y el orangután con el ser humano. Rigurosamente hablando, no se diferencian por lo creemos llamar inteligencia, sino por la capacidad de memoria que tienen. Estos animales cada mañana no recuerdan lo que vivieron el día anterior, y su intelecto recae sobre un mínimo paraje de experiencias. Cada día tienen que empezar como si fuera uno casi nuevo, como si antes no hubiese habido ninguno otro. Por el contrario el hombre nunca empieza desde cero, puede recordar. Tiene la virtud de poder acumular su pasado y sacarle provecho. Poder recordar los errores constituye en un bagaje de experiencias que bien utilizado puede ser nuestro más grande tesoro. Nietzche ya definía al hombre superior como el ser “de la más larga memoria”.

Quizás Maquiavelo tenía razón. El decía que la historia de la humanidad se resumía en que todo es una constante repetición, porque el hombre siempre tiene las mismas pasiones. No aprender del pasado y romper con dicha continuidad es plagiar el comportamiento del orangután. El pasado debe constar precisamente porque ha pasado, porque sigue existiendo para nosotros. El pasado no esta ahí para que lo neguemos, sino para que lo integremos. Investigar para no voltear al mismo círculo es nuestro destino. El presente es la presencia del pasado y el pronto futuro.

Wednesday, July 26, 2006

Movie no tan de Movie


"Father of the Bride: Hey, buddy, I'm not paying you to share your thoughts on life. I'm paying you to sing.
Robbie: Well, I have a microphone, and you don't, so you will listen to every damn word I have to say!"

(The Wedding Singer)

Pasó, hasta con el soundtraaaaaaaaaaaaaaack!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! (weird moment)

¿Culpables por omisión?





“Tendremos que arrepentirnos en esta generación no tanto por la perversidad de las personas malvadas, sino por el asombroso silencio de las personas buenas.”
Martin Luther King Jr. - Carta desde la cárcel de Birmingham




Con un simple recorrido de las calles de nuestra ciudad podemos ver niños, adolescentes e incluso adultos, con evidente necesidad económica, pidiendo por alguna moneda sobrante que tengamos, muchas veces olvidadas en el auto. Esta realidad no es nada nueva, al contrario ha venido aumentando durante décadas, sin señales de desaparecer.

La situación por ser evidente no ha podido dejar de ser paraje de múltiples opiniones. Conocido por todos es que la situación resulta incómoda y fastidiosa. Interiormente sabemos que nos sentiríamos aliviados si las autoridades sacan a los mendigos de la calle de una vez por todas, no sólo porque nos dejarían de molestar, sino que además la ciudad se vería más bonita y agradable. Nadie espera algo provechoso de ellos, es más se cree con seguridad que aquellos niños y jóvenes son los próximos delincuentes de la sociedad. Comenzamos a ignorarlos y pasamos a rechazarlos. Alguna que otra vez calmamos la conciencia entregando la moneda que nos sobra.

Así fue como poco a poco nos desaprendimos del problema y nos volvimos indiferentes. Los orígenes, consecuencias (y ni hablar de posibles soluciones), al no ser de nuestra competencia, pasaron a ser parte del olvido.

Es ahí en las calles donde en mayor grado se ve representada la desigualdad y la miseria, pero no es el único. Sus manifestaciones se dan en todos los ámbitos de la sociedad y nuestra actitud sigue siendo la misma. ¿Por qué un niño implora una moneda? ¿Por qué me despidieron sin previo aviso? ¿Por qué el seguro social no funciona como debe? Todas las injusticias que seguimos viviendo son el resultado de un sistema corrupto que ha venido aumentando con el paso de los años, dotado de anti-valores, con moral extraviada y ausencia de solidaridad.

Mientras esto ocurre, optamos por ser meros observadores. Callamos por falta de interés o valentía, frente a aquellos sujetos que colaboraron y lucraron a costas de todos nosotros. Consentimos a burócratas inservibles, funcionarios deficientes, empresarios inútiles, jueces sobornables, sindicalistas insaciables y políticos incompetentes. Nos rendimos al adaptarnos al sistema.

La mendicidad, la prostitución, la delincuencia y otros males de nuestra sociedad, son la consecuencia del sistema deformado y el cual hoy, más que nunca, resulta inaceptable. Estos problemas se viven en nuestras calles, son una falla de nuestra ciudad y país, forman parte de nosotros. No sólo tenemos el derecho de cuestionar las falencias del sistema, es nuestra obligación como ciudadanos responsables. Todos debemos comenzar a involucrarnos en el debate público, ya que de esta manera nos formaremos sensibles a las circunstancias y dejaremos de pensar que son ajenas a nuestra realidad.

Tomar iniciativas no es fácil cuando el sistema de valores es injusto. Requiere mucho coraje andar frente a la corriente, convencidos de lo que creemos, incluso cuando esto significa hacerlo solos.

La idea no es fomentar el sueño de cambiar el mundo o de motivar al no conformismo partiendo de un deseo ingenuo y sin base. No se trata de lanzarse a emprender macro proyectos y desvalorizar lo pequeño y lo esencial. Lo más probable es que caigamos en un activismo, donde prime la actividad por la actividad. Esto no quiere decir que dejemos de pensar en grande, sino que además debemos de ser coherentes en lo cotidiano. Inspirar a otros al tornar situaciones difíciles en ejemplos de rectitud, combatiendo desinteresadamente el atropello.

Una vez que comprendamos el gran valor que tienen nuestras acciones, la indiferencia que hoy preside, pasará a ser reconocida como responsabilidad. El compromiso que tenemos con la sociedad es el de ofrecer nuestros talentos, con la mirada puesta en construir un futuro efectivo para el bien común y no sólo para intereses personales. Permanecer en silencio es fomentar a la impunidad, premiar a los delincuentes y convertirnos en culpables por omisión.


La Palabra: Un Sacramento



Para mis colegas escritores...

Cada vez que imagino escribir, pienso en el lector que acertada o erróneamente someterá mis palabras a su meditación y a su crítica. Consciente de esta responsabilidad, he hecho todo lo posible en no transmitir conceptos equivocados o escritos superfluos. Mi época, esta realidad humana que se acelera en velocidades vertiginosas, a veces se anticipa a formular juicios y reflexiones sin analizar su alcance. Es común que me encuentre con algún legado de algún escritor de otra parte del mundo que me deja una atmósfera irrespirable.

Está claro, no estoy muy convencida de mucho de lo que leo. Me importa, sin embargo, no entregar pensamientos con ilusiones injustificadas. El abuso de las palabras ha hecho que el lenguaje haya caído en desprestigio. Es ahora una costumbre de antaño por algunos intelectuales descarriados, de utilizar la palabra sin respeto ni precaución, sin entender que requiere una delicada administración.

Aquellos que tomamos conciencia al expresar lo que se piensa y al transmitir nuestras ideas (sin importar los estilos intelectuales y particulares vocaciones), obtenemos una sensación de cumplimiento al manifestarnos. ¿Pero es esto totalmente cierto? Hay una parte de mí que se siente paralizada. Lo que digo, resulta una operación mucho más ilusoria de lo que parece. Se piensa que por medio del lenguaje podremos expresar con suficiente adecuación todo lo que queremos decir. Pero el lenguaje no se compromete a tanto, cuando la conversación empieza a tomar temas más humanos, comienza a aumentar su imprecisión, su torpeza, su ilusión.

Creo que es muy difícil que el hombre se entienda con sus semejantes, estando condenado inevitablemente a la soledad. Sin embargo, nos esforzamos toda la vida por llegar al prójimo. Esto no constituye una debilidad, ni una fantasía, ni mucho menos propensión a un idealismo (contra el cuál he combatido toda mi vida), lo que me lleva a pensar así. Tan sólo creo que con estos innumerables esfuerzos logramos con mayor aproximación expresar las cosas que nos pasan dentro. Pero nada más que aproximación. Tantas veces, terminamos malentendiéndonos mucho más de que si nos quedáramos mudos, y tan sólo tratáramos de adivinarnos.